En el día de todos los santos
se suele recordar a los famosos,
los que fueron ídolos de cruz al hombro
y aureola de neón y pedrería:
Roque, el del perro , Jorge y su dragón,
Cayetano , el que busca laburo,
Antonio, el que consigue novio,
algún Tomás desconfiado
que puso el dedo para poder creer,
y un carpintero de madera , José,
que tuvo que creer sin poner nada.
Todos ellos frecuentaron los altares,
suelen posar, semidesnudos, para la
estampita,
tienen iglesias, fiestas, procesiones
con su nombre, se reparten
diariamente el almanaque y,
si los mangan, pueden llegar
a prometerlo todo.
Y sin embargo, nadie se acuerda
a principios fraileros de noviembre
-con la malaria todo el santo día-
de los gloriosos santos populares.
Sólo el libro No escrito del pueblo
rememora la vieja costumbre
de ponerle una vela a San Jodete
-patrono de los desgraciados-
nos recuerda las hazañas increíbles
de San Puta -El santo de la desmesura-,
narra vida y milagros de San Borombón.
Por eso, en la mañana que sube
en la caja de la siesta
bajo las nubes del atardecer
o contra el latido de la noche
al aire libre siempre
sin techo, sin acústica ni amplificadores
yo le rezo, le pido o lo aprieto
al viejo San Borombón.
De parado, nomás, y revoleando
un certero pedazo de manguera
yo le canto, le ruego o lo puteo
al negro San Borombón.
Batiendo el ritmo justo
le digo:
San Borombón, bon-bon
músico y peronista,
patrono del bombo y dueño
de la más hermosa música,
suena por nosotros.
Yo te he oído, señor, en la Plaza
y quisiera escucharte otra vez
Borombómbón, San Borombón
el que golpea en mi corazón.
Yo te pido, señor de los parches,
que me empaches el alma y la fé.
Borombombón, San Borombón
nunca te olvides de Juan Perón.
Y yo espero , instrumento del pueblo
que seas sólo instrumento de él.
Borombón, San Borombón
para la patria , liberación
Juan Sasturain
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